Por Norberto Alayón.
Profesor Titular Regular de la Facultad de
Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires).
La asistencia es un derecho. Lo venimos
sosteniendo y argumentando, por escrito, desde hace más de tres décadas. Toda
sociedad que, por las características que adopta para su funcionamiento, primero
pauperiza y excluye a buena parte de sus miembros, debe asumir maduramente su responsabilidad
por el daño ocasionado y disponerse a adoptar profundas medidas reparatorias. Y
debería hacerlo por la vía del derecho pleno, o bien -mientras tanto- mediante
políticas sociales y asistenciales que tiendan a neutralizar el deterioro de
las condiciones de vida de la población, a la par de ir creando las condiciones
para contribuir a la consolidación de un orden social más justo y equitativo.
El derecho a la asistencia, no cambia la
naturaleza de las relaciones sociales vigentes en la sociedad. Pero sí debilita
la lógica de quienes defienden la continuidad de sociedades inequitativas, y -a
la vez- ética y estratégicamente contribuye a la reparación de los problemas
sociales, en la perspectiva de ir construyendo alternativas más sólidas para un
funcionamiento social más digno y más humano.
Reconocer el derecho a la asistencia implica
la aceptación de que las personas a ser asistidas, básicamente carecen -por las
condiciones del funcionamiento social- de posibilidades para un adecuado
despliegue de sus potencialidades que, entre otras cosas, les permita satisfacer
autónomamente sus necesidades. Familias sin los medios suficientes para la
reproducción de su vida, con problemas de empleo, con ingresos degradados, con
problemas habitacionales, de salud, de escolaridad, no pueden más que tender a
repetir esas condiciones en las generaciones siguientes.
Interferir e interrumpir ese proceso social
negativo, constituye una responsabilidad ética impostergable, pero -además-
implica asumir una imprescindible opción de fortalecimiento de la democracia,
en tanto una verdadera democracia no puede reconocerse como tal con graves
niveles de pobreza y exclusión.
En 1961, el médico argentino Regino López
Díaz, Director Nacional de Asistencia Social, afirmaba: “Es nuestra aspiración
común que este país no tenga necesidad de un organismo encargado de la
asistencia social”. ¡Cómo no coincidir con esa aspiración! Pero resulta que a 51
años de haber sido formulada, todavía no sólo no se concretaron los cambios que
hicieran innecesaria la asistencia, sino que se produjo un significativo aumento
de la pobreza y de la desigualdad social.
También el economista sueco Gunnar Myrdal,
que obtuvo el premio Nobel de Economía en 1974, manifestaba en 1968: “Mi ideal
es que se lleven a cabo reformas sociales tales -en los vastos campos de la
distribución del ingreso, la vivienda, salud pública, educación, el enfrentamiento
de la delincuencia, etc.- que el Servicio Social se vuelva más bien innecesario
o se transforme en algo muy especial, algo individualizado y especializado,
mientras no sea simplemente la administración de la legislación social.” Pero
esas “reformas sociales” (que también nosotros deseamos, profundas y lo antes
posible) no se cristalizaron a cabalidad. Y la asistencia, entonces, continúa
siendo necesaria.
Las políticas de asistencia son insuficientes,
pero hay algo mucho más insuficiente aún: la ausencia de políticas de
asistencia. Desconocer el derecho a la asistencia es precisamente el
posicionamiento que asumen los gobiernos conservadores, que tienden a recortar
los recursos destinados a la acción social, desertando de esta responsabilidad
estatal o bien transfiriéndola hacia modalidades voluntarias, optativas y
además escasas (alejadas del derecho), a ser encaradas por sectores privados,
empresariales o no.
Defender la idea de la asistencia como
derecho, exige también diferenciar esta concepción de aquellas modalidades que,
con lamentable frecuencia, transforman la asistencia en un recurso para la construcción
de relaciones clientelistas, generando dependencia y sumisión. Toda persona o
grupo que recibe algo (por la vía del no derecho), siempre queda en deuda con
el que se lo da. En ese caso, el que recibe debe a quien da. Por el contrario,
los derechos implican el reconocimiento de ciudadanía plena para toda la
población, fortaleciendo la autonomía y neutralizando la discriminación y la diferenciación
social.
Comprender esta ecuación, nos debe impulsar
a revalorizar la concepción de derechos, que es la que construye democracia en
serio. Y nos podrá ayudar a alejarnos de la desgraciada descripción que
contiene aquel proverbio africano, cuando afirma que “la mano que recibe está
siempre debajo de la mano que da.”
Por Norberto Alayón.
Buenos Aires, Julio de 2012.
Dr Alayon me emociona que alguien recuerde a mi padre después de tantos años.... gracias
ResponderEliminarJuan Carlos Garcia Septiembre 2017 Dr. Noberto Alayón y María López Díaz, les comunico que fuí Jefe de Prensa de un excelente Ministro y Delegado Sanitario Federal, un distinguido profesional y fundamentalmente un gran ser humano.(Mi correo: tanguera50@gmail.com
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